Pablo del Río lleva tiempo construyendo un universo literario propio,
con personajes que se cruzan, reaparecen y evolucionan de una novela a otra. En
Seis cocodrilos, su último libro, nos vuelve a invitar a mirar hacia dentro:
hacia la memoria, las pérdidas y las decisiones que nos definen.
Con un estilo que mezcla la contención emocional con toques de humor y
una mirada muy humana, Pablo del Río escribe historias que no gritan, pero que
se quedan. En esta entrevista charlamos con él sobre los entresijos de Seis
cocodrilos, el regreso de Adolfo, su forma de entender el misterio literario y
cómo su proceso creativo está hecho, más que de fórmulas, de intuición,
lecturas y paciencia.
“El anillo se convierte en un hilo conductor: es un salvoconducto, un enigma y, al mismo tiempo, un elemento lírico.”
1.-Seis cocodrilos arranca con algo tan sencillo como el hallazgo de un anillo, pero pronto nos lleva por caminos mucho más profundos. ¿Cómo se te ocurrió ese punto de partida tan aparentemente inocente?
Hace unos quince años descubrí en el Soho de Londres una joyería muy particular. Las piezas que se vendía allí eran de lo más original y en el exterior había una moto negra sin guardabarros. El dependiente era una mezcla de joyero, motero y amante del rock. Esa imagen se me quedó grabada en la memoria, latente, a la espera del momento adecuado para ser utilizada. Y esta tercera novela era el momento idóneo. El anillo se convierte en un hilo conductor alrededor del cual se va desarrollando toda la trama. Es un salvoconducto, un enigma y, al mismo tiempo, en elemento lírico.
Usar los recuerdos, esa
era la intención. Por ese motivo en la historia no participa ningún tipo de
policía (salvo en un momento esporádico y porque no hay más remedio). No
buscaba una perspectiva detectivesca sino todo lo contrario: Los miembros de
una familia se enfrentan a un hecho que ocurrió en el pasado pero cuyas
repercusiones se proyectan hacia el presente y los tiene en vilo. Los personajes
reviven el drama como una pesadilla que
no cesa, un recuerdo tan vívido como en el momento en que ocurrió. Trasladar
ese conflicto a la burocracia de una comisaria no tenía el menor sentido. Era
un conflicto familiar que poco a poco se va extendiendo a otros territorios,
pero sin perder su naturaleza de coto privado.
A pesar de que solo han
pasado siete meses desde los sucesos narrados en Doce abuelas, el personaje de Adolfo tenía que evolucionar,
madurar. En Doce abuelas era muy
protagónico: Genoveva estaba hundida por la pérdida de su marido y Adolfo debía
ejercer de contrapunto para sacarla del marasmo. Y solo su chispa y humor
irónico podían conseguirlo. En Ocho
jueves ya se desdibuja un tanto su presencia en favor de guardias civiles y
policías. Y en Seis cocodrilos ocurre
precisamente lo que mencionas. Aquí es Diana a la que le hierve la sangre por
un grave acontecimiento del pasado y la crudeza de lo que está ocurriendo en el
momento actual. Adolfo se limita a ejercer de compañero y ayudarla. La sílaba
tónica es Diana. Es como si Adolfo hubiera dado un paso al lado para ceder el
protagonismo a Diana en muchas ocasiones, aunque en otras es quien lleva la
batuta ante el desmoronamiento de ella. En Doce
abuelas estaba desmelenado; en Seis
cocodrilos se ha vuelto más generoso a la hora de acaparar el protagonismo.
"El pasado no solo modula el carácter, sino que lo funda¨
Totalmente de acuerdo. Una
buena parte de los conflictos que tienen unos personajes con otros responden,
en realidad, a conflictos internos. Esto se ve muy claramente en los montañeros
de Ocho jueves. En el caso de Seis cocodrilos, los tres miembros de la
familia viven un eterno conflicto interior desde que se produjo el drama hace
más de veinte años.
El pasado es fundamental
en la construcción de mis personajes. No solo porque modula el carácter sino
porque lo funda. Recordemos el personaje de Ricardo (el pianista de Doce abuelas) que, a pesar de vivir en
Madrid y viajar por medio mundo, su espíritu nunca salió de Ribadesella. O el
personaje de Rosana en Ocho jueves.
Las humillaciones recibidas en su adolescencia la condicionaron por completo.
Como autor, recurro en
múltiples ocasiones a mi pasado como materia de la que nutrirme y también como
persepectiva.
"Uso la ironía y el humor como un recurso para que la novela respire."
Mundaka surgió por una
cuestión argumental. Adolfo terminaba la campaña de monitor de surf en Liencres
en Ocho jueves y necesitaba disfrutar
de unas buenas olas. Por ese motivo acude a Mundaka, donde disfruta de su
famosa “ola izquierda”, capaz de alcanzar los ocho metros. En el caso de
Londres, lo elegí porque me encanta la ciudad y, además, es el lugar ideal
también a nivel de trama.
Siempre elijo entornos
que se adecúen perfectamente a la historia. En el caso de Londres lo tenía
todo: una ciudad enorme donde los personajes se encuentran perdidos y
vulnerable, con un río caudaloso que la cruza y que se convierte en un
personaje dual: mitad aliado, mitad enemigo.
Uso la ironía y el humor
como un recurso para que la novela respire. Uno disfruta de una montaña rusa
porque sube despacio las rampas, en la parte alta casi se detiene y luego se
produce el frenesí con las bajadas y los giros. Si el trayecto fuera una bajada
de quinientos metros, a los doscientos desaparecería la emoción, no habría
divertimento. Con la novela y el cine pasa lo mismo. Una escena la percibes en
todo su dramatismo, con todo su relieve, si has tenido previamente una escena
tranquila, y si además hay humor el contraste es brutal.
Tuve claro que Mundaka y
Londres debían estar en las antípodas en cuanto a ritmo. Mundaka representa el
pasado, la memoria, así que debía tener un tono pausado. Londres, sin embargo, refleja
el presente, un presente agitado por algo terrible que está a punto de suceder.
Mundaka es más novela negra y Londres es puro thriller.
Totalmente simbólico.
Algunos animales amenazan antes de atacar, se les ve venir. Los cocodrilos
parecen estatuas y, cuando menos te lo esperas, abren las fauces y ya no
escapas por mucho que lo intentes. Lo mismo pasa con los amigos.
Suelo escribir por la
mañana, a partir de las nueve y hasta las dos. Por la tarde no me sale nada
decente. Me dedico a pulir.
“Es una pena que haya lectores que lean en diagonal y se pierdan esos detalles. Se quedan con la concha y se olvidan de la perla.”
Escribir, sin duda. Y
dentro de la escritura, disfruto cuando surge un buen giro en la trama, pero lo
que más satisfacciones me da es el momento en que me sale una buena metáfora o un
símil. Es decir, el aspecto estrictamente literario. Es una pena que haya
lectores que lean en diagonal o hagan lecturas rápidas y se pierdan esos
detalles. Se quedan con la concha y se olvidan de la perla.
Junto a una dosis de
información, le suelo aportar datos que le inciten a intuir el resto o todo lo
contrario, que le lleven a sacar falsas conclusiones. Es un juego de “muestro y
escondo”, o “muestro y engaño”.
soltarlos?
No me cuesta despedirme
porque sé que en algún momento pueden reaparecer. Así ocurrió con Benito, el
minusválido de Ocho jueves. Apareció
de soslayo en Doce abuelas y me dije:
“este personaje tiene un gran potencial”, y vaya si lo tuvo: un especialista de
cine que, de repente, se ve en una silla de ruedas. La paradoja máxima.
Las reescrituras no
suelen afectar a la trama, salvo algunos cambios puntuales de orden en párrafos
o capítulos. Donde más me gusta retozar es en el estilo, en la parte literaria.
Descubrí las columnas
periodísticas de Francisco Umbral a los dieciocho años. Me dije: “yo quiero
escribir como este tío”. Las metáforas más bellas que he leído son suyas. No
escribía para contar, escribía para seducir.
Quizá Ocho jueves. Los escritores españoles no suelen escribir sobre montaña. Y esta novela conjuga la ironía de Adolfo con unos capítulos de alta montaña realmente vigorosos.
Leo novela negra pero
también otros géneros. Ahora estoy con El
antropólogo inocente, de Nigel Barley, y con Todos los colores de la oscuridad, de Chris Whitaker.
Pues algo parecido. Yo
escribo para disfrutar.
La música. Soy un
guitarrista frustrado. Cuando escucho a los grandes músicos, no me dan ganas de
invadir Polonia pero poco me falta.
Conversar con Pablo del Río es como leer una de sus novelas: parece que
todo fluye con calma, pero debajo hay una corriente profunda. Seis cocodrilos
no es solo un libro sobre lo que ocurrió, sino sobre cómo nos afecta lo que
ocurrió. Sobre la memoria, los gestos que pesan y las heridas que no siempre
sangran.
Nos quedamos con ganas de seguir charlando, igual que uno se queda con
ganas de seguir leyendo cuando termina el libro. Porque en sus historias no
todo se cierra del todo, y quizás ahí esté su fuerza: en dejarnos pensando.
Muchas gracias pablo por atendernos.
Puedes leer mi reseña de Seis Cocodrilos en este enlace
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