Entrevista a Pedro Martí: La mala hija y otras verdades incómodas.

 Una adolescente desaparece en Almansa, un pueblo donde la mayor emoción del año solía ser la feria… hasta que alguien dejó de volver a casa. Dos hermanas que no se pueden ni ver, pero que ahora deben trabajar juntas. Y un pueblo donde todos callan, aunque nadie deja de mirar.

Esto no es true crime, pero casi. Es La mala hija, la novela con la que Pedro Martí se planta en la primera división de la novela negra española. 600 páginas, una protagonista cargada de traumas y secretos familiares que se arrastran como sombras en una habitación cerrada. El misterio está servido, pero lo que importa aquí no es solo el “quién lo hizo”, sino el “por qué todos miraron hacia otro lado”.

Hablamos con su autor, que escribe como si la literatura todavía pudiera explicar lo inexplicable. Una charla con confesiones, humor negro y alguna puñalada (narrativa, claro).

"La mala hija es el Twin Peaks manchego, pero tranquilos, que no os vais a encontrar un enano bailando y hablando al revés en un cuarto rojo."

Si tuvieras que explicarle La mala hija a alguien con prisa (o con TikTok abierto), ¿cómo resumirías la esencia de esta historia?

Me gusta mucho cómo la describió la Sexta: “el Twin Peaks manchego”, pero tranquilos, que no os vais a encontrar un enano bailando y hablando al revés en un cuarto rojo. Es una novela que arranca con la desaparición de una adolescente en un pueblo, y eso puede sonar muy manido, pero los personajes que se dan cita en ella y los derroteros por los que nos va llevando la historia creo que la distancian de otras novelas o series.

¿Qué fue lo que encendió la chispa: la desaparición de Belén o el incendio emocional que viene detrás con Alma y su familia?

Ambas cosas estaban en la premisa inicial, pero lo verdaderamente importante para mí de la novela son los personajes, así que te diría que Alma y todo su envoltorio fueron el verdadero motor de la historia.

El título sugiere juicio, condena, drama. ¿Quién es realmente la mala hija aquí? ¿O depende del día?

No todos somos perfectos todo el tiempo. Seguro que tú, con tu porte, tus trajes, tu elegancia y tus vinos, también tienes momentos en los que obras mal o no tan bien como te hubiese gustado (Seguro que alguna vez has metido un tinto al frigorífico, confiesa). Hay algo en la trama que da pistas sobre el título de cara al final de la novela, pero también está ahí por Alma, por Emma, por Verónica, por Irene, por Iván, por Diego… Por todos esos hijos que en algún momento dudan del amor de sus padres.

¿Cómo fue eso de construir una víctima tan presente en la ausencia? Porque Belén no habla, pero grita desde cada página.

Hay algo que me gusta mucho de Juego de Tronos, y es que, cuando un personaje muere, ya no está, ya jamás vuelve a salir en pantalla. Eso crea una sensación de ausencia, de orfandad, muy grande. En La mala hija sin embargo, no tenemos tiempo de enamorarnos de Belén, por lo que unos cuantos flashbacks diseminados por la trama tenían que servir como pinceladas para definirla bien.

"Nos has dejado a los almanseños a la altura del betún", me dijo una lectora octogenaria.

¿Qué te atrajo tanto de los secretos familiares como motor del crimen? ¿O solo estás aprovechando lo que ya viene de serie con cualquier familia?

Los secretos familiares son un tema que me apasiona. El otro día, una lectora almanseña de un club de lectura, de más de ochenta, de las que ya no llevan ningún tipo de filtro, me dio una palmada en la espalda y me dijo al oído mientras yo firmaba libros: “Nos has dejado a los almanseños a la altura del betún”. Me dio la risa e intenté explicarle que todas las familias de la novela tienen sus secretos y su oscuridad, pero que todo era ficción, y que los secretos y la maldad en la que me baso, nacen y viven en cualquier población.

En tu novela, el pasado no es pasado. ¿Es más difícil escribir sobre una desaparición... o sobre lo que los personajes no dicen de sí mismos?

Pues es duro como padre, escribir sobre la desaparición de una criatura, pero como escritor, es todavía más difícil desarrollar el pasado de los personajes y sus acciones con mimo y calma, para decir más con sus acciones que con cualquier descripción de sus sentimientos.

Alma Ortega, madre, hija, hermana, guardia civil… ¿cómo se construye un personaje que carga con todos los roles del drama humano y aún tiene que investigar un crimen?

Que los personajes sean imperfectos y que carguen con una mochila medianamente pesada es imprescindible, desde mi punto de vista, para despertar la empatía del lector. Dale a tu personaje una herida y tendrá algo que sanar, algo en torno a lo que construir un arco de evolución. En ese sentido, Alma es un buen conjunto de heridas que no terminan de cicatrizar, al menos al inicio de la novela.

La relación con su hermana Paula es de las que necesitan terapia. ¿Fue complicado escribir a dos mujeres que se quieren poco y se necesitan mucho?

En esa casa un psicólogo haría el agosto. Uno de los puntos atractivos de la novela era precisamente que sus dos investigadoras tuviesen rencillas prácticamente insalvables, y que por ende, se llevasen fatal, pero lo cierto es que fue bastante orgánica la construcción de sus diálogos y de todos los pasajes que comparten.

Irene, la amiga hacker, aporta rebeldía, inteligencia, margen. ¿Cómo apareció este personaje tan magnético y descolocado?

Irene es uno de esos personajes holmesianos, con fuertes ecos de Lisbeth Salander, como le pasa a Antonia Scott también, que son un caramelito para un escritor, y que se suelen ganar el corazoncito de los lectores. Quería mostrar el mundo adolescente, el bullying, el miedo a no encajar en esos cánones que tanto se repiten y con los que nos bombardean las redes sociales, así que Irene fue tomando forma poco a poco a raíz de una historia que me contó mi hermana. Lo creas o no, mi hermana tuvo una “Irene”, una chica que creaba personalidades múltiples en redes sociales, y que le escribía haciéndose pasar por otras personas que no existían. Tal como me lo iba contando, visiblemente asustada, yo tomaba notas y sonreía malicioso. Aquello era oro puro.

Diego Castillo, periodista en la cuerda floja, es otro gran acierto. ¿Tiene algo de ti? (O de todos los que hemos tenido un mal año.)

Sí, sí. Es quizás quien más se me parece. Es sarcástico y cabroncete, y quien me conoce bien sabe que yo puedo ser bastante ácido. Además, tiene esas ínfulas de triunfo, de querer trascender, de firmar algún reportaje importante o una gran novela. Sin embargo, nada parece salirle bien. Es una conjunción de algunos de mis miedos.

Y luego está Puri, la camarera omnipresente. ¿Esa sabiduría popular se escribe o simplemente se copia y pega del bar de abajo?

Ella es un pozo inagotable de sabiduría, pero sobre todo de bondad y empatía, y esas eran cualidades que quería que la camarera que atendiese a Alma cada mañana transmitiese a la trama. ¿Para que inventar una camarera carismática pudiendo tomarla prestada de la realidad? Ella estuvo encantada con la idea, y me consta que hay gente que la visita en su bar para echarse alguna foto con ella.

 Almansa no es solo escenario. Es sospechoso. ¿Qué te llevó a elegir este lugar como el centro de tanta tensión?

No sé en qué momento exacto comencé a pensar en mi pueblo como en el escenario de una novela negra, pero una vez que la sensación se gestó en mi cabeza, creció de forma irrefrenable. Cuando era pequeño, había leyendas urbanas que envolvían Almansa que seguramente tenían explicaciones de lo más anodinas, pero que en mi mente eran grandes misterios. Era el escenario perfecto para lo que quería contar.

¿Cuánto hay de real, cuánto de ficción, y cuánto de “mejor no preguntes” en la ambientación del pueblo?

Pues en realidad casi todo lo que se cuenta es ficción. Es cierto que muchos almanseños, como los vecinos de cualquier otro pueblo o ciudad pequeños, dan valor a las apariencias o conocen tu linaje con solo saber tu apellido, pero como te digo, estas no son características exclusivas de Almansa. Sin embargo, el amor que se refleja en las páginas hacia esa vida tranquila, hacia la buena comida o hacia los lugares bonitos, sí pertenece a Almansa.

En comunidades pequeñas, el silencio es otra forma de hablar. ¿Es más fácil construir el suspense cuando todo el mundo calla lo mismo?

Sin duda necesitaba un ambiente de silencios y mentiras, porque La mala hija es un homenaje a esos rural noir, tanto televisivos, como Twin Peaks, como literarios, como Los hombres que no amaban a las mujeres. El suspense se alimenta de este tipo de escenarios, se ceba y crece sin mesura.

¿Crees que el crimen, en tu novela, es más un detonante o una consecuencia de todo lo que nadie quiso ver durante años?

¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? La desaparición de Belén Villalba esconde una oscuridad y una maldad humana que nos aterran y que tristemente, creo que son perfectamente verosímiles en esta sociedad. En este caso lo veo más como una consecuencia de que ese “mal” haya tenido que escapar de la tierra por alguna fractura.

 ¿Cómo fue sostener un proyecto tan largo sin perderte (ni perder la fe)?

Pues fue realmente complejo, por no decir jodido. Acababa de firmar un contrato de representación con una de las mejores agencias literarias del país, y a menudo sentía que lo estaba preparando estaba lejos de ser lo que debía ser. Ya, lo sé, el famoso síndrome del impostor que a todos los autores aflige de vez en cuando. Llegué a dudar de todo, y por supuesto, de mí mismo, pero el gran Antonio Parra, entre otros muchos amigos, me dijo que tenía que escribir, que me dejase de historias y que machacase el teclado como si fuera la vida en ello. Él, mi familia, mi pareja y algunos lectores que esperaban ansiosos noticias mías, mantuvieron el barco a flote.

¿Qué escena te rompió por dentro, o te costó más de lo que esperabas?

Fíjate, como durante el proceso fui padre, se me formó un nudo en la garganta al tener que describir el horror de unos padres que afrontan la pérdida. Eso fue particularmente terrible. También hubo escenas muy complicadas de escribir de cara al final de la historia, pero no puedo dar pistas porque supondrían un gran spoiler.

¿Cómo trabajas el equilibrio entre ritmo narrativo e intensidad emocional? Porque en La mala hija la atmósfera se palpa.

Conseguir ese equilibrio era una completa obsesión. Vivimos un momento en el que los thrillers son estudiadas maquinarias perfectas para captar nuestra atención y mantenernos en vilo. Vivimos en la cultura del scroll, de los Tik Toks, de los audios al doble de velocidad, de la inmediatez más extrema, y la mayoría de los lectores de hoy en día buscan un ritmo endiablado, capítulos cortos, giros, sorpresas por doquier, y algunos de los mejores autores de thriller contemporáneo me han ayudado a aprender a utilizar una escaleta y a planificar todo. Sin embargo, para mí es una seña de identidad que mis personajes, no solo los principales, sean humanos y tengan un desarrollo profundo. Equilibrar ambos aspectos (ritmo y desarrollo de personajes) fue un reto, y me demostró que no están reñidos en absoluto. Creo que no pasa nada por poner algo de pausa en determinados momentos para que el lector se enamore u odie a un personaje.

¿Tienes alguna rutina al escribir, o eres de los que esperan que las musas aparezcan mientras haces café?

No la tengo, pero si quiero entrar en un ritmo de publicación decente, tengo que mejorar este aspecto. Soy muy de musas, pero tengo que aprender a invitarlas a venir más a menudo, y seguramente lo hagan si me fuerzo a ser más constante.

¿Qué tipo de lector tenías en mente mientras escribías: el que subraya frases o el que quiere llegar rápido al giro final?

El lector que tengo en mente cuando escribo, por egoísta que pueda sonar, soy únicamente yo mismo. Escribo lo que me gustaría leer, ni más ni menos. Tengo la inmensa suerte de que el tipo de novela que me gusta perpetrar no es algo de nicho, y es un gusto compartido por miles de personas y por ende por los grupos editoriales más importantes del planeta. Eso ayuda, claro. Pero si me gustase escribir ensayos sobre el apareamiento de los osos panda, lo haría.

 "De leer mucho a ponerte a escribir tus primeras frases, hay solo un salto."

¿Cómo empezaste a escribir? ¿Fue una vocación precoz o una trampa bien disimulada?

Una profe que tuve en Primaria me mostró las mieles de la lectura. Más tarde, ya en el instituto, descubrí a mi amado Holmes, a Poirot, a Chandler y los clásicos del género. De leer mucho a ponerte a escribir tus primeras frases, hay solo un salto, uno que algunos no se atreven o no sienten la necesidad de dar. En mi caso fue así.

¿En qué ha cambiado tu forma de escribir desde tus primeras novelas hasta esta?

Creo que soy más capaz de expresar cómo son mis personajes y cómo se sienten sin explicarlo abiertamente, sino más bien contando pequeñas acciones que realizan a lo largo de la trama. Sin duda soy más organizado y al utilizar escaletas más complejas y detalladas antes de ponerme a escribir, creo que mis tramas quedan mejor hiladas. También me he dado cuenta (me ha llevado un tiempo) de que menos es más —dijo el tipo cuya novela tiene 650 páginas, ja, ja, ja. No, en serio: iba a ser mucho más larga, pero he aprendido a condensar ideas, a no repetirlas, a dejar elipsis para el lector que agilicen la trama… Cuando empecé tenía otro gran defecto que creo que todos los autores que comenzamos en esto cometemos alguna vez: escribía frases recargadas y retorcidas, llenas de epítetos, de vocablos poco conocidos… ¿Para qué? Para demostrar que tenía dominio del lenguaje. Al principio creía que escribir bien era eso. Seguramente en un futuro criticaré algo que hago actualmente. En este oficio siempre hay que mejorar. Hay que afilar las herramientas continuamente.

¿Tienes referentes literarios marcados, o prefieres leer sin contagiarte?

¡Tengo muchos! ¡Y menos mal! Lo que te comentaba de afilar las herramientas, de tratar de ser siempre mejor escritor en mi próxima novela, sería del todo imposible sin toneladas de páginas leídas. En mis novelas hay referencias a clásicas como Chandler o Hammet, pero también a autores contemporáneos a los que admiro mucho, como Toni Hill o como el tristemente fallecido Paul Auster.

¿Qué te gustaría que pasara con La mala hija ahora que está en manos del lector: que la disfrute, que la sufra, que la recomiende?

Las tres cosas, la verdad. Creo que si se dan las dos primeras, la recomendación acabará llegando. Que alguien disfrute y se emocione con las historia y con los personajes que uno ha escrito es algo indescriptible que le da sentido a todo. Si en lugar de un lector son mil, mejor, y si son quinientos mil, mejor aún, no te voy a engañar. No porque haya que llenar la nevera, que también, sino porque significará que has tocado muchos corazoncicos, y eso no tiene precio.

Y lo inevitable: ¿ya estás metido en otro lío narrativo o necesitas primero un año sabático y terapia de personaje?

Con la promoción y demás tengo muy poquito tiempo, pero cuando saco ratitos trabajo en una escaleta para la siguiente novela. Si todo va bien y los lectores siguen dándole todo su amor a Alma, Irene, Diego y cía, espero que puedan volver algún día para meterse en un nuevo berenjenal. Trabajo con la ilusión de que así sea. Eso siempre.

La mala hija no es solo un thriller: es una excavación emocional con cadáveres (reales y simbólicos) en cada rincón. Pedro Martí ha firmado una novela que duele, que engancha y que deja huella. Y lo ha hecho con una voz propia, sin necesidad de imposturas ni giros gratuitos. Aquí no hay trampa, pero sí mucho cartón emocional del bueno.

Después de esta entrevista, podemos confirmar que Pedro sabe escribir, pero también sabe hablar. Y que no necesita luces de interrogatorio para soltar verdades. Le agradecemos su honestidad, su ironía y su capacidad para hacer que Almansa parezca el centro del universo noir.

Pedro, gracias por abrirnos el expediente. Ya estamos preparados para lo que venga después. Aunque ojalá a nadie más se le ocurra desaparecer.


Puedes leer mi reseña de la mala hija en este enlace.


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